La banda de Kettering, Temples, y los sevillanos Quentin Gas y los zíngaros ponen el broche de oro a un magnífico ciclo de conciertos del Tomavistas Ciudad
No las tenía todas conmigo, pero finalmente conseguí llegar a tiempo para disfrutar de Quentin Gas y los Zíngaros. Desde que les vi, el año pasado, en la fiesta de entrega de los Premios MIN, me tenían fascinada y quería verles en concierto. No defraudaron, con escasas seis canciones hicieron un concierto intenso, dignos «precalentadores» de ambiente para el plato fuerte de la noche, casi todas de su último disco, el pseudo hindú Sinfonía Universal Cap. 02, sin olvidar ‘Mala puñalá’, de su anterior disco, Caravana, con sus más de nueve minutos de lisérgica y aflamencada melodía.
Como un torbellino psicodélico, Temples, continuaron la maravillosa noche que nos tenían preparada los majos del Tomavistas, uno de los festivales con mejor gusto musical del panorama madrileño. Y digo torbellino por lo intenso y veloz, aunque posiblemente este último adjetivo tenga que ver con mi percepción subjetiva, alterada por el deleite sensorial experimentado durante su concierto, en otras palabras, que se me hizo corto, y eso que estuvieron cerca de ochenta minutos sin parar.
‘Sun structures’ fue la encargada de romper el hielo, aunque
gracias a Quentin Gas ya se había prendido la mecha suficientemente. En este
punto inicial, apenas la tercera canción, tuvieron la gentileza de “regalarnos”
un maravilloso tema nuevo, ‘Holly horses’.
Sun structures y Volcano, sus dos discos, resonaron entre los muros de una Riviera no muy abarrotada, una lástima, porque una banda de esta calidad no es fácil de ver. Aunque también tuvieron tiempo para recordar ‘Ankh’, de su sencillo Colours to life. Con ‘Open Air’ hicieron el amago de finalizar el concierto, pero aún quedaban unos espectaculares bises rematados, como no podías ser de otra manera, por la celebérrima ‘Shelter song’, transformando en canción el deseo de todos los asistentes: refugiarnos en las canciones de estos prodigiosos músicos.
Qué bien suenan estos muchachos, y qué limpieza en su sonido, por no hablar de la elegancia de su puesta en escena. La dimensión que toman los temas en directo es directamente proporcional a la melena de Bagshaw o a las campanas de los pantalones del resto de músicos. Esta era mi cuarta vez con los británicos, y espero que no sea la última, porque me tienen muy enamorada.